VICENTE CALATAYUD LLOBELL
VICENTE CALATAYUD LLOBELL
Llega a Moraira en los años cuarenta del siglo XX procedente de Valencia, acompañando a su familia, que disfrutaba del veraneo en la casita de Les Platgetes.
Además de ser una persona muy querida en Moraira, durante el tiempo que la visitó en sus vacaciones y épocas de descanso, se preocupó por la consolidación del culto y los espacios para ello en la Rada de Moraira. Fue uno de los sacerdotes colaboradores y que sirvieron tanto en la celebración eucarística como en la mejora de los edificios de la ermita de San Juan de Dios en la partida de La Cometa y de la ermita de Ntra. Sra. de los Desamparados junto al caserío de Moraira.
Desarrolló su formación en el seminario de Valencia y fue canónigo de la catedral de Valencia. Hombre culto y formado en teología, tuvo una amplia actividad y publicó numerosas obras sobre liturgia, catequesis y los sacramentos, siendo Delegado Diocesano de Catecismos de Valencia.
Él mismo narraba en un artículo del libro de fiestas de 1975 su llegada a Moraira:
Siendo yo pequeño, aún no era seminarista, pero quería serlo, acompañé al Vicario de Teulada, D. Enrique Bernabeu, q.e.p.d., para que este celebrase la Santa Misa y luego explicase el Catecismo a los niños.
El viaje se hacía en carro o en una tartana y recuerdo cómo nos zarandeaban en el camino, que no conocía el asfalto. Pero el viaje se hacía felizmente y más pensando en ver el mar.
Ya de mayor con los abuelos o con los tíos, al menos una vez en verano íbamos a tomar el baño o coger mariscos. Nunca pensé que iba a enamorarme de ese delicioso paraje que Cavanilles ya describe en 1794 en su Historia Natural....
Y ya de mayor volví a Moraira un verano. Tampoco puedo olvidarme de ese nuevo viaje. Llegué ya de noche. No se veía un alma en la encrucijada de sus calles y a pie, cargados con las maletas, pasamos I 'Ampolla. Menos mal que nos acompañaban personas amigas que nos querían. Fue una noche con ganas de que llegase el día y... llegó: aquel sol, aquellas aguas, aquellos pinos ...parecía el cielo.
Y me quedé para siempre. ¡Qué buena es la gente de Moraira! Gente sencilla, de gran corazón. Corazones y puertas abiertas para hacer el bien a todos.
Por las mañanas aquellas barcazas llenas de sardina, que al asarlas parecían plata, de la que cada cual cogía sin pensar en la noche de fatigas que habían pasado sus pescadores. Aún ahora gracias.
Y luego su iglesia a la Virgen de los Desamparados. No faltaba
tampoco la devoción a San Juan Bautista en su pequeña Ermita del Castillo, pero sobre todo su iglesia, en la que los mayores aún recuerdan a D. José Bau, que pronto veremos en los altares y que les dejó con el Sagrario de Madera dorada, su amor por Cristo y a su Iglesia.
Vivían en Moraira sus hijos, sin turistas, y un día pensó en restaurar la Iglesia y todos a una, cada cual llevaba su esfuerzo y se puso el piso nuevo, el retablo nuevo y las imágenes nuevas con su Cristo de la Buena Muerte y su altar de mármol. Pero de todo, lo más hermoso es que es obra de todos: desde la niña pequeña con su pozal de agua, hasta el hombre con su esfuerzo amasando la arena, por él traída, con el cemento.
Morairenses: que siempre Moraira deje a quien vaya por ahí el dulce recuerdo de un pueblo sano, que ama a sus tierras y mares, y que sobre todo quiere a la Virgen de los Desamparados y se aclama a su Cristo en vida y a la hora de su muerte.
Este escrito concluye con la exhortación a los lugareños a ser mejores feligreses para dar ejemplo a esa parroquia (que acababa de crearse en 1974) que crece entre gentes que al ir a Moraira quedaron enamoradas de ella.
D. Vicente Calatayud Llobell, fue uno de los muchos sacerdotes que sirvieron a la parroquia durante los periodos vacacionales, tiempo para él de retiro y visita con la familia, cuya casa permanece en la partida de La Cometa, cerca de la ermita de San Juan de Dios. Durante el tiempo que vivió no cesó en su tarea pastoral y en su ayuda a la parroquia en diferentes actividades (en las liturgias, en las celebraciones y en tareas de mantenimiento del templo y de las ermitas). Muchos vecinos le recuerdan porque ofició los matrimonios, luego bautismos y comuniones de sus hijos y nietos, pero sobre todo por su carácter apacible, bondadoso, su gran carisma, su generosidad y su gran cultura y conocimiento.
Se atribuye a su generosidad y mecenazgo la donación de la imagen del Cristo de la Buena Muerte que encontramos sobre un mosaico a la entrada del templo, a la derecha. Él será quien instaure esta nueva advocación, cuando en 1949 encarga a Francisco Martínez Aparicio, escultor de Museros (Valencia), la ejecución de esta talla, que fue bendecida el 25 de julio de ese año, festividad del santo apóstol Santiago, sobre las 18 horas, en una ceremonia que queda narrada con todo detalle por Vicente Ramón Vallés Oller, quien recuerda el acto festivo y religioso que presenció siendo un joven. Esta efeméride y los detalles de la elaboración de la nueva imagen quedan desarrolladas con detalle en la sección dedicada a advocaciones y fiestas religiosas, donde se recogen manifestaciones del propio autor de la talla sobre el encargo que le hizo el canónigo de la catedral de Valencia, D. Vicente Calatayud Llobell, por el amor que sentía por Moraira y por sus feligreses y vecinos.
De igual modo, fue regalo suyo la nueva imagen de la Virgen de los Desamparados que preside hoy el templo parroquial, que también fue realizada en Valencia.